lunes, 10 de diciembre de 2012

En el breve espacio de una mano



“Narra la leyenda que un viejo mago oriental perdió su brazo derecho en plena fama, sufrió mucho, con el había deleitado a miles y miles de chicos… y grandes. Un día maldijo a los dioses del azar y fue condenado… fue condenado a vivir en una mazmorra que solo podía abrirse con su mano derecha. Pasó años muy crueles. Pero un día, imprevistamente se abrió la puerta, salió llorando de alegría pensando que por fin había sido perdonado… pero quedo paralizado… del picaporte de la puerta colgaba ahí su mano.


Desde esos indesterrables recuerdos del pasado ella, su mano perdido, había venido a rescatarlo…”




Pónganse cómodos, acérquense al fuego, que les voy a contar una historia, la historia de un mago, quizás el único mago que aun viva, un mago de antaño, de esos que repiten palabras mágicas para realizar sus trucos a pesar de que ya se perdió esa costumbre… o quizás, como ya lo dije antes, los demás no son magos.


La magia como tal no existe desde hace mucho tiempo, cuando en la tierra todavía caminaban dragones, unicornios, brujas y hechiceros, cuando los más nobles caballeros realizaban los viajes más extraordinarios para rescatar a doncellas en peligro o salvar a su reino de malvados villanos. Y una vez que esa magia se perdió solo quedo en nosotros gracias a los relatos de William Morris, Lord Dunsany, J.R.R. Tolkien o similares.


Hasta que nació en nuestra era un nuevo hechicero, uno que con sus palabras mágicas podía modificar la percepción y trasladarnos de nuevo hacia esos tiempos lejanos de espada y hechicería para poder admirar aun más sus poderes y para demostrarnos que la magia de este mundo todavía no se pierde y que él solo necesita seis palabras para conseguirlo.


Los “magos” actuales tienen tres reglas fundamentales e inquebrantables para mantener la ilusión en las personas. La primera y principal es no revelar en absoluto el secreto de un truco, la segunda es jamás repetir el mismo truco en la misma sesión de ilusionismo y la tercera nunca realizar un truco en público del que no se tiene total maestría. Y los motivos son simples, si uno realiza un truco sin dominarlo a la perfección puede cometer un error y develar un secreto, o si uno repite un mismo truco dos veces seguidas se deja de ver la ilusión y se empieza a mirar con otros ojos tratando de descubrir la trampa en el acto. En cualquiera de los tres casos el “hechizo” del ilusionista se pierde al igual que la magia.


Y apareció el, con un defecto físico mayor, que a cualquiera hubiese vencido, pero no a él, porque como en los cuentos épicos los héroes no se vencen tan fácil. Se sobreponen a las dificultades más adversas y logran así vencer a grandes monstruos, dragones u ogros. Y él como todo mago de gran poder, con el solo movimiento de una mano y repitiendo siempre sus palabras mágicas, siempre sus mismas y únicas palabras, logro vencer al ogro que le quito su mano derecha, como para que su epopeya sea más grande aun.


Porque el rompió la segunda regla y realizo dos, tres, cuatro, y hasta cinco veces el mismo truco en menos de diez minutos, y no solo eso sino que cada vez que lo repetía lo hacía a menor velocidad que la vez anterior, y para colmo lo hacía con una sola mano y puso el mundo del ilusionismo patas para arriba y revolucionó todo lo que se conocía. O tal vez para él no se aplica esa regla, porque él no es un ilusionista. Tal vez por no ser un ilusionista es que necesita de sus palabras para que la magia aparezca o desaparezca a su gusto y placer. O quizás, como ya dije antes… él es el único mago real y verdadero que queda en pie.


Sus batallas se dieron a conocer en los reinos más lejanos y todos los hechiceros se querían batir a duelo con él, pero nadie estaba a su altura, había uno que hacía desaparecer gigantes estatuas o atravesar muros de piedra de varios metros de ancho pero no lo podía repetir más lento y solo le quedaba admirarlo. Luego había un dúo de magos que repetían trucos antiguos pero los mejoraban de manera sublime tal y como el gran mago hace, pero eran dos y de a uno no funcionaban tan bien y de nuevo solo quedaba aplaudir al mago lisiado. Después apareció otro mago mas, quizá el más grande que se conozca, un hombre bajito con apellido de los reinos mediterráneos, pero su ego lo venció antes de que pudieran cruzarse. Y solo quedo el de pie ante todos los demás pero no lo reconoce porque todavía tiene alma de niño a pesar de ser una persona muy sabia… o tiene alma de niño porque es una persona muy sabia.


Y si me dan a elegir entre todos sus trucos y hechizos cual es mi preferido, no lo pienso dos veces, su más grande habilidad es la de con unas simples palabras convertir a adultos y ancianos en niños de vuelta para que se maravillen con su poder.


Porque después de tanto tiempo, de caer tantas veces bajo el mismo hechizo una y otra vez todavía no puedo librarme y vuelvo a caer encantado, vuelvo a creer en la magia, y que no son trucos y engaños lo que veo, sino magia real y verdadera como la de Merlín. Todavía caigo en ese hechizo de que todo lo que está mal se desvanece con unas simples palabras… Cuando el repite sus seis palabras mágicas “No se puede hacer más lento” yo vuelvo a ser un niño otra vez.


 NOTA: El fragmento con el que empeze el ensayo esta sacado de la obra "Contrapunto entre ambas manos" del Maestro René Lavand escrita por Rolando Chirico.






No hay comentarios:

Publicar un comentario